Fue una maratón de películas largas (gracias Lau por acompañarme). En la tarde y con calor, fue el turno de El Código Da Vinci, la última "epopeya" del a estas alturas hinchapelotas Ron Howard (El Grinch, A Beautiful Mind). ¿Expectativas? La verdad, ninguna, sólo el hecho de que me aburrí de decir "no, no la he visto". Y así, como en el supermercado, la sacamos de la estantería del videoclub y pagamos 1000 pesos. Copia digital y DVD Philips, como corresponde. Fácil y bonito.
Fácil y bonito. Igual que la película. Aunque un pelito menos que el libro. Porque, no vamos a decir que el best seller de Dan Brown es una clase magistral de literatura pero al menos estaremos de acuerdo en que tiene todo lo que a su homólogo cinéfilo le falta: sentido del ritmo, emociones fuertes y personajes bien delineados.
El padre de El Grinch genera además abundantes estereotipos a estas alturas ya gastados e ingenuos: los franceses, sentimentales, poco racionales y arrebatados ; los ingleses, traidores y siúticos y los norteamericanos, una vez más, como los encargados de salvar al mundo de la ignorancia.
¿Qué más? A ver, Tom Hanks haciendo por enésima vez de Tom Hanks... y la pobre Audrey Tatou que sufre en manos del reduccionista Howard, pues su personaje -Sophie Neveu- pasa de ser una heroína de armas tomar a la francesita menuda cuyo rol en la película se reduce a hacer las preguntas a los sabios Mr. Teabing y Robert Langdon y pecar de ingenua más de la cuenta con frases como -"Pero ¿qué es el Opus Dei?"-.
A fin de cuentas, quizá lo más rescatable sea la soberbia actuación de Sir Ian McKellen y las bonitas postales de Francia.
21:30 hrs: Los Infiltrados, en mi añejo Cine Cervantes. Quedará para otro día.