lunes, 18 de diciembre de 2006

ADIÓS A LAS ARMAS

En nuestro país hay actualmente 972 refugiados provenientes de 29 países. 577 de ellos son colombianos que escapan de la violencia de la guerrilla y de persecuciones que ponen en serio riesgo su vida y la de sus familias.


¿Quiere probar mi pan? es una de las primeros ofrecimientos que hace Lorena Chalaca (42 años) al visitarla en su casa del Barrio Yungay. Junto a ella está su amiga Beatriz López (37 años), quien discute con Evelin, la hija adolescente de Lorena, detalles de una pronta presentación artística en la Universidad Alberto Hurtado.

Lorena y Beatriz llegaron hace doce meses a Chile, con menos de una semana de diferencia. Ambas son miembros de la Asociación de Mujeres Refugiadas de Colombia (Asomurco), entidad creada en junio de este año a partir de la iniciativa de dos estudiantes de Trabajo Social de la Universidad ARCIS.

Beatriz y su familia tomaron la decisión de salir de Bogotá por la presión que sufrió su esposo, trabajador de una empresa petrolera en una región montañosa cercana a la capital. Al encontrarse en una zona estratégica en el desarrollo de la guerrilla, sufrió escarmientos por parte de las dos facciones involucradas -los paramilitares (grupos armados de extrema derecha) y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia)-.

Lorena debió huir del campo donde vivía, también cerca de Bogotá, con ayuda del Ejército de su país. “De no ser porque me sacaron de ahí casi a la fuerza, no estaría viva”. “Cuando llegué aquí, el primer consejo que me dieron en la Vicaría (de la Pastoral Social) fue: olvídese de todo, deje atrás todo lo que sufrió y échele para adelante”, recuerda al respecto.

Las dos son parte del programa de reasentamiento del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pues antes de Chile estuvieron en Ecuador. “Pero es (Ecuador) como un Colombia pequeñito…al estar tan cerca de nuestro país el estado ecuatoriano no puede ofrecernos la protección suficiente”, afirma Beatriz. De hecho, los dos atentados de los que fue víctima su marido ocurrieron en ese país.

Beatriz llegó como reasentada al país, lo que ha facilitado bastante su integración y el acceso a derechos como la salud o la educación para su hija de siete años. Para Lorena las cosas han sido un poco más complicadas, ya que salió de Ecuador junto a su hija Evelin (16) sin haber obtenido dicho estatuto de reasentada.

Como muestra de lo anterior, cuenta que lleva un año esperando pasar de solicitante de refugio a refugiada, trámite que debió estar listo en junio. Pero la demora innecesaria se debe a que el subsecretario del Interior, Felipe Harboe, aún no firma la resolución que acredita el cambio de condición.

El Acnur en Chile

La función que hoy cumple la Vicaría de la Pastoral Social fue realizada con anterioridad por el Instituto Chileno Católico de Migración (Incami), pero desde el año 1998 esa labor fue asumida formalmente por la Vicaría.

Fue elegida por el Alto Comisionado al tener una mayor experiencia en derechos humanos, dado que es la entidad heredera de la función de la antigua Vicaría de la Solidaridad.

En la actualidad, personas de 29 países tienen el estatuto de refugiado en Chile o están en proceso de obtenerlo. Entre ellos destacan naciones tan diversas como Sri Lanka, Afganistán, Colombia, Irak, Ruanda, la Ex Yugoslavia, Perú, Cuba, República Democrática del Congo, Nigeria y Colombia.

La principal labor del Acnur en Chile, en conjunto con su oficina de enlace, es otorgar asesoría legal y social a quienes llegan al país solicitando refugio. En una primera instancia, esta ayuda se concentra en garantizar la seguridad y la subsistencia de estas personas mediante un programa de asistencia económica.

La siguiente etapa es guiarlos en el proceso de integración a la sociedad chilena mediante capacitación laboral, cursos de español, otorgamiento de microcréditos dirigidos a crear pequeñas empresas y becas escolares para sus hijos.

La Vicaría de la Pastoral Social implementa actualmente dos programas del Acnur: el de reasentamiento y el de refugio espontáneo.

Ciento cincuenta personas han llegado al país gracias al primero, que consiste en reubicar a refugiados que están experimentando problemas de protección o graves dificultades integrándose a la sociedad del primer país de asilo. Dieciséis naciones implementan este programa, entre los que están Chile y Brasil en representación de Latinoamérica.

En el caso del refugio espontáneo, se trata de personas para quienes el primer país donde se asilan es Chile, ya sea porque así lo desearon o porque era el más idóneo para su situación personal.

Plátanos con queso y Mapalé


Lorena Chalaca cuenta que en la agrupación participan las mujeres de catorce familias que escaparon de la violencia que asola a su país natal hace más de cuatro décadas.

“Yo llegué vendiendo mi mermelada y mi pan, luego llegó Beatriz que era modista, y así llegaron todas con sus ‘gracias’ y nos dimos cuenta que podíamos lograr mucho más si compartíamos lo que cada una hacía y nos asociábamos”. Pero la unión fue mucho más allá de lo económico para transformarse en una instancia de difusión cultural.

La Asociación organiza frecuentemente eventos que incluyen la presentación de comidas y bailes típicos de Colombia, así como muestras fotográficas de la realidad de los asilados latinoamericanos. Para Beatriz el objetivo es claro: “difundir y concientizar sobre qué es y que se siente ser un refugiado”. Intentando superar todo el sufrimiento anterior, ella toma esta experiencia como un “encuentro intercultural” en el que ellas también aprenden y asumen la cultura chilena, a cambio de mostrar lo propio.

Así es como ritmos entre los que están la cumbia, el mapalé, el sanjuanero y la salsa se apropian de las “viejotecas”, como les dicen ellas a las fiestas organizadas por ASOMURCO. Lo propio hacen preparaciones como las papas rellenas y los plátanos con queso.

El país de los sueños

Si bien han sabido sobreponerse a la adversidad e integrarse a una sociedad que no es la suya, Lorena y Beatriz reconocen que éste está lejos de ser “el país de los sueños y de la tranquilidad” del que les habían hablado en su natal Colombia.

Ambas se sienten mucho más seguras y tranquilas en Santiago, sobretodo por sus hijos, pero dentro de todo reconocen que el proceso ha sido duro. “Tú ves que vivo con mi hija en este cuarto, pero hubieras visto cómo era el lugar donde llegamos primero…nunca pensamos que en un país como Chile la gente aún vivía en esas condiciones”, dice Lorena sobre el hogar anterior a la habitación que hoy arrienda con su hija en un cité del barrio Yungay.

“También elegimos este sector porque no hay neonazis… suena fuerte pero hay mucha gente que no desea que estemos aquí, que rehagamos nuestra vida aquí”, agrega al respecto Beatriz, que incluso cuando dice cosas como ésa nunca deja de sonreír.

Las dos reconocen que aunque no hay guerrilla ni nada parecido, en Santiago funcionan otras formas más soterradas de violencia y exclusión. Pero puede más la necesidad de no temer por la propia vida y la de la familia.

“Nunca abrigo la esperanza de volver… el temor es una sombra permanente que no te deja vivir. Es triste, pero lo último que haría ahora es volver a mi tierra”, concluye Beatriz.


Para más informaciones, visitar www.iglesia.cl y www.acnur.org

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